Todos pensamos de una manera u otra en la navidad. En el fondo de nuestro corazón queremos recuperar la ilusión, sentir que somos niños de nuevo. El tiempo te va transformando, haciendo que cuando llegan estas fechas te alegres o que las odies, que tengas ganas de que acaben.
El primero que se nos viene en mente es Papa Noel. Es el que llega repartiendo regalos. Se cuenta que ni era gordo ni era muy alegre que digamos. La imagen que tenemos de él es de un abuelo bonachón que se pega una noche recorriendo el mundo entero repartiendo regalos.
Qué mejor manera de comenzar una historia sabiendo que nuestro protagonista se llama Nicolás, al igual que el repartidor de regalos navideños. Tiene otra casualidad, nació un 25 de diciembre. Unos padres que no dudaron en bautizarle con ese nombre tan legendario. Suerte que al menos no suena raro.
Ahora Nicolás este año cumple 25 años y desea que sean unas navidades especiales. Quiere reunir a toda la familia y amigos, incluso con aquellos que ha perdido el contacto por una circunstancia u otra.
El día elegido fue la noche buena. El gran acontecimiento estaba a punto de empezar.
Las semanas previas había estado planificando todo al detalle. No dudo en prepararse un guion para no olvidarse nada. El discurso navideño sería entrañable e inolvidable.
Su corazón estaba feliz. Todo a su alrededor se respiraban sonrisas. No había espacio para el llanto.
Llegó el día de la celebración. Los invitados acudieron. Comenzaron los momentos de besos y abrazos. La alegría era máxima. Las conversaciones no cesaban. Los brindis y los regalos. Nicolás era el rey de la fiesta, como él había deseado. Su corazón palpitaba. Los invitados con ganas de seguir pasándolo bien.
Era el momento de terminar. Lo vivido aquella noche fue inolvidable.
La experiencia fue corta. Con ganas de que no tuviera un final. Sentir tristeza al saber que la fiesta había terminado.
Nicolás sonriendo sin parar. Rodeado de su gente. No sintiéndose solo. Arropado y querido. Parecer sacado de una película navideña toda esta estampa.
Fue una navidad perfecta, solo que la visión puede cambiar dependiendo de la perspectiva.
La realidad fue muy diferente.
La verdad es que Nicolás no le acompañó nadie esa noche. Desde hacía años que estas fechas tan entrañables le ponían triste. Por aquellos que no estaban. No le entraban ganas de nada.
Un día entró en una tienda que lo cambió todo. Le enseñaron un folleto que le hablaba del Metaverso, un universo post realidad. Fusiona lo real con lo digital. Lo único que tenía que hacer era ponerse unas gafas e introducirse en ese mundo virtual.
Una de las opciones se llamaba “ La navidad perfecta”
En esta experiencia podías tener la navidad soñada. Nicolás pensó, no pierdo nada. Con los pocos ahorros que le quedaban compro el paquete completo.
Planificó al detalle. Podía introducir todos los elementos que deseaba. Además, que estuvieran presentes aquellos que no estaban en su vida, incluso lo terrenal. Personas que echaba de menos que habían fallecido.
Noche buena, llego y no dudo en ponerse las gafas y dejarse llevar. Primero estaba un poco desorientado, pero con el tiempo fue cogiendo el ritmo del Metaverso. Era feliz en la ficción. Le entristecía acabar. Tenía que regresar al mundo real.
Pasaron los días y la realidad no la aceptaba. Cada noche no dudaba en volver al Metaverso y revivir de nuevo esa navidad. Se acabó convirtiendo en un zombi, enganchado a ese mundo virtual.
La realidad no tenía importancia. Dejó de luchar y relacionarse con las personas de su alrededor, las reales. Vendió su alma. Atrapó su mente para siempre en una felicidad ficticia. El Metaverso había ganado.
SANDRA BARRACHINA
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