jueves, 23 de febrero de 2023

ENERGIA FANTASMA



Desde niña, Elisa ha tenido mala suerte. Era bastante torpe con sus delgadas piernas, pues pesaba tan poco que si soplaran, se caería al instante. En clase, el profesor no le hacía caso y siempre prefería preguntar al que tenía en las primeras filas antes que a ella. En el patio, siempre era la descartada cuando tenían que formar algún grupo para jugar a algo. En parte,esto era porque no tenía suerte ni para golpear una pelota, y no podía evitar chutar al aire. 

En el cine, la mayoría de las veces se quedaba sin ver la película porque, cuando le tocaba comprar su entrada, ya no quedaban. Cuando lo conseguía, la película era aburrida y mala. Cuando iba de tiendas, se pasaba horas esperando para entrar en el probador. Daba igual a la hora que fuera, siempre había gente esperando en la cola. Decidió un día que nunca más esperaría para probarse ropa. ¿Que hacía? Coger la prenda y compraba directamente. Si no le quedaba bien, volvería a la tienda para cambiarla, pero lo que no se esperaba era que para cambiarla también tenía que hacer cola, y más todavía.

En el amor, siempre se tenía que conformar con la segunda opción. Nunca atraía al chico que le gustaba, pero entonces,  

¿ qué pasaba?  Que se enamoraban de ella .Eran tan atentos con ella que, al final, por no hacerles un feo, salía con ellos. La relación no duraba mucho, pero viendo el panorama, no veía otra opción. 

En esos tiempos, creía realmente que no tenía suerte. Le rodeaban las malas energías y no entendía el porqué. Al final, no dudó en acudir a una sesión de una vidente para que le leyera el futuro. Las cartas no eran claras. Cada cierto tiempo, volvía para hacerle nuevamente la misma pregunta. De momento, seguía sin aclararse. Ella creía que la mala suerte seguiría con ella para siempre. Que ser afortunada no era para ella. 

Sus padres decidieron divorciarse una mañana. Durante los siguientes meses, apenas dijo una palabra, la situación la estaba superando. Su mente estaba desbordada de la tristeza que sentía en su interior. Con los años aprendió que tenía que cambiar de rumbo, tomar una decisión que lo cambiaría todo. Un día, Elisa decidió dar el salto de independizarse, tener su propio hogar. Buscó un trabajo que le pudiera permitir pagar el alquiler de una vivienda y comenzar de nuevo. Quería que fuera en un barrio tranquilo, con grandes parques donde poder desconectar y relajarse. Con un mercado donde comprar carne y pescado de la mejor calidad. Tener contacto con gente. Un barrio que estuviera vivo, que fuera entrañable, donde cada instante pudiera ser recordado. Que estuviera vivo. Entonces, un día cuando menos lo esperaba, lo encontró. 

Era perfecto pero con un inconveniente. El piso estaba en condiciones horribles. ¿Puertas? Solamente estaba bien la de la entrada, todas las demás estaban en paradero desconocido.  Las paredes hacía siglos que no se pintaban, ese color negro no era normal. Pese a encontrarse en uno de los pisos más horribles, no dudó en quedarse. El barrio le había encantado y no podía imaginarse en otro lugar. 

Se había acostumbrado a su mala suerte, aunque ahora ese piso se había convertido en una nueva ilusión. A pesar de que se caía a trozos, estaba decidida a enontrar la manera de arreglarlo. Lo que no se imaginaba era que, al mudarse, había provocado que la buena energía que el piso transmitía hiciera su presencia para quedarse. 

Trabajaba durante toda la semana y cuando llegaba el fin de semana lo dedicaba a la casa. Su mente estaba enfocada en convertir esa vivienda que parecía sacada de una película de terror en un hogar para una auténtica princesa. Su esfuerzo tuvo su recompensa y por primera vez, parecía que la suerte estaba a su favor. Mientras pintaba las paredes, sentía como una energía le recorría todo el cuerpo. Apenas se cansaba. Pero lo mejor de todo era que su hogar estaba quedando tal como se lo había imaginado.

Pese al cambio tan satisfactorio de los acontecimientos, no podía evitar pensar que acabarían torciéndose de alguna manera. No todo podía ser tan bueno, tenía que haber alguna tara. Notaba una presencia a su alrededor, aunque no sabía cómo explicarla. Cuando le sucedía algo bueno, pensaba que tenía que ver con algo que ni ella misma comprendía. Era bueno, y eso le bastaba. Se desvelaba todas las noches a la misma hora, sentía un escalofrío por todo su cuerpo y escuchaba una voz que la llamaba por su nombre, pero no sabía de donde venía. Durante el resto del día todo era normal y sin ningún fenómeno extraño. Llegaba la noche y volvía el mismo ritual que no la dejaba dormir tranquila. Le tenía miedo, pero quería solucionar ese problema nocturno lo antes posible. Hasta que un día se lleno de valor, decidió plantar cara a la presencia. 

- ¡Espíritu que estás en mi casa, aparece ante mí! -gritó Elisa con todo el cuerpo temblando.- No quiero hacerte daño. Solo quiero darte las gracias por las cosas buenas que me has dado. Dime algo o hazme una señal. -Su estado de nerviosismo fue en aumento, solo quería aclarar lo que estaba pasando.- ¡Cada noche pediré que te muestres , no me cansaré de hacerlo hasta que pueda verte con mis propios ojos! 

 - No sé qué hacer -se preguntó el fantasma- Parece una buena chica, ¿estará preparada? Yo creo que no. Me quedaré observando a ver qué pasa. 

Durante un mes, Elisa cumplió su promesa. Cada noche pedía que el fantasma apareciera. Cuando pensaba que todo se lo había imaginado en su cabeza, el fantasma se mostró ante ella.

- Hola -dijo el fantasma con una voz dulce.- Aquí me tienes. 

- ¡Ahhhhh! -gritó Elisa. No creía lo que estaban viendo.

- Sabía que pasaría esto. No voy a hacerte daño -dijo varias veces el fantasma con la intención de calmarla. 

- ¡Eres un fantasma! -repitió muchas veces hasta que acabó sentada en el suelo. 

Tras el miedo inicial, tuvieron una conversación de lo más entretenida. 

-¿Dime, porqué estás en esta casa, Fantasma ?- Le preguntó Elisa que había dejado de temblar. 


-Morí en ella.- Contestó el fantasma con cara de no tener ganas de contarle más. 

-No debe ser fácil ser un fantasma. No poder tocar ni sentir ni nada. 

-La verdad a veces lo agradeces aislarte del mundo. Pero otras solo quieres encontrar a alguien con quien conversar.

-Ahora me has encontrado, puedes hablarme todo el tiempo que quieras.- Dijo Elisa sonriendo y con ganas de animar al fantasma – Me encanta hablar y mucha más escuchar. Seguro que puedes contarme alguna anécdota divertida, ya que seguramente no he sido la única que ha vivido en este piso. 

-Los demás siempre me temían. No son como tú-respondió el fantasma.

-Yo también, pero preferiría dormir tranquila. Tus voces solo me provocaban dolor de cabeza-dijo Elisa. 

-No puedo evitarlo, es mi profesión actual. Llamar la atención de los mortales para que me hagan caso. 

-Pues dilo que no cuesta tanto. Creía que me estaba volviendo medio loca. 

Estuvieron hablando hasta que llegó el amanecer. Casualmente, el fantasma resultó ser un muchacho que, físicamente parecía de la misma edad, a pesar de haber muerto hacía treinta años muerto. Los días siguientes siguieron con la misma rutina. 

- Me parece extraño pensar que cuando moriste yo todavía no había ni nacido- preguntó Elisa al fantasma- A pesar de todo, físicamente parecemos de la misma edad. 

- Los fantasmas no envejecemos -dijo sonriendo el fantasma- Cuando morimos nos quedamos con el aspecto que teníamos en ese momento. 

- ¿Por qué no has ido al otro lado? -dijo Elisa, mientras bebía de una botella. Se le había quedado seca la garganta. 

- La verdad, no lo sé. Supongo que cuando tenga ganas de irme podré hacerlo sin problemas. La gente siempre ha pensado que todos los fantasmas somos iguales, capaces de asustar hasta causarte un infarto. En mi caso, cuando he tenido que asustar a alguien ha sido porque no me caían bien o eran muy desagradables -el fantasma hizo una pausa y continuó- En tu caso es fácil, me caes bien.

-Antes de conocerte, no podía imaginarme que la suerte pudiera estar de mi parte. Desde mi niñez, las cosas siempre han sido muy complicadas para mí. Tener un poco de ayuda extra me hubiera venido genial – dijo Elisa.

- Si siempre estás pensando que todo te va ir mal, al final acabará pasando así- Respondió el fantasma.

- Quiero hacerte una pregunta -dijo Elisa esperando que el fantasma le resolviera una duda que le estaba rondando por la cabeza.- ¿Puedes salir de esta casa? ¿Me refiero, estás prisionero o algo parecido?

- Afortunadamente, puedo salir. Eso sí, tengo que hacerlo con la persona que vive en ella. 

- ¡No me digas! -sonrió Elisa- Entonces, vamos a dar una vuelta por el barrio. ¿Desde cuando no sales?
 
- Nunca lo he hecho -contestó el fantasma con timidez- Es la primera vez que hablo con alguien vivo.

- ¿Moriste hace poco tiempo? Físicamente parecemos de la misma edad.- le preguntó Elisa.

-Morí en 1991.  Desde entonces no me he atrevido a hablar con nadie que tenga pulso - le contestó el fantasma. 

- Quieres decir… -con cara de incrédula- ¿No has visto la Ciudad desde 1991? -Preguntó Elisa

- Pues, no. – Respondió el. Fantasms con cara de avergonzado- No sé lo que me voy a encontrar. Seguro que el mundo ha cambiado una barbaridad. 

- En 30 años, muchísimo. -dijo Elisa, riendo- Si quieres, podemos salir al exterior y lo ves con tus propios ojos. 

- Hagámoslo. Salgamos a ver la ciudad. -dijo el fantasma con entusiasmo.

Al salir del portal, el fantasma se quedó en estado de shock. No podía imaginar que todo lo que le rodeaba había cambiado tanto. La Barcelona que tenía en su memoria no tenía nada que ver con lo que estaba viendo. El final de la Rambla de Poblenou había dejado atrás las vías del tren. La ciudad industrial ya no existía. El olor a amoníaco daba paso al del mar. Era una Barcelona iluminada, muy alejada de la gris y oscura que era entonces. 

- Me sorprende ver tu reacción -dijo Elisa con ganas de contarle cómo había cambiado la ciudad. 

-¿No te importa hablarme por la calle? -preguntó el fantasma con cara de sorprendido- Solo tú puedes verme y oírme. 

- No me importa. Vamos a sentarnos y te cuento- dijo Elisa. 

- Yo no puedo sentarme. Floto. Pero puedo acompañarte-replico el fantasma

Elisa se sentó en un banco y comenzó a relatar, como si se tratara de un cuento, cómo un sueño olímpico hizo que la ciudad hiciera un gran cambio. Por entonces, ella era solo una niña pero recuerda como en esos años Barcelona se abrió al mar. Los edificios que rodeaban la antigua estación de Francia habían sido tan modernizados que parecían sacados de un museo de lo raros que eran. Había hoteles y más hoteles en un nuevo barrio que había surgido de la nada, la Vila olímpica, que parecía que no le faltaba de nada. 

La conversación continuó mientras caminaban. Alguna gente que pasaba a su lado la miraban extrañados porque hablaba al vacío, pero a Elisa le daba lo mismo. Se detuvieron en un parque para observar a unos niños disfrutando de los columpios, y luego fueron al mercado municipal a comprar frutas y verduras. Regresaron por las Ramblas de Poblenou hasta llegar a un lugar que el fantasma reconoció al instante. “El Tío Che”, una horchatería emblemática de la ciudad donde puedes disfrutar de la mejor horchata y un buenísimo helado.  

Le recordaba a su infancia, cuando sus padres le llevaban a tomar horchata. Todo había cambiado de una manera inimaginable, pero en ese momento se sentía feliz. Elisa no dudó en pedir una horchata y dedicársela a su amigo el fantasma. 

Durante los siguientes meses, Elisa siguió con la buena energía del fantasma. Consiguió un mejor empleo y las compras ya no eran un problema. Tenían conversaciones tan entretenidas el fantasma y ella en la cola que se le olvidaba de que la gente alrededor la miraba sin comprender nada, y iban del probador preguntándose porqué hablaba sola. 

A Elisa le encantaba charlar en el parque sobre cualquier tema, desde el último libro que había leído  hasta observar las estrellas y quedarse fascinada.

En ese tiempo, se había centrado tanto en la vida con el fantasma que se olvidó del resto del mundo.No tenía amistades,solo conocidos. No quería socializar con nadie con el fantasma tenía suficiente. Cuando eres joven, tienes unas prioridades, pero a medida que envejeces, te das cuenta que tus elecciones tienen que cambiar. El fantasma se dio cuenta del problema. Él siempre sería el eterno joven de 20 años y no podía envejecer. Ella en cambio iría cumpliendo años y no quería que acabara sola. No en el sentido de encontrar pareja, sino en algo más profundo. Si Elisa había sido capaz de abrirse con un ser espiritual, sería capaz de hacerlo con alguien que al menos pudiera tocar y envejecer. La mala suerte sería seguir viviendo así, creyendo que un fantasma te da buena suerte cuando en realidad te esta quitando lo más valioso. Tomó una decisión. Dejaría el mundo terrenal por ella. Había aprendido a quererla. Por ese motivo debía cruzar hacia el otro lado. No había marcha atrás, debía hacerlo. 

- Elisa, tengo que hablar contigo -dijo el fantasma con cara seria- He tomado una decisión. Hoy al acabar el día, voy a ir al otro lado. Dejaré de ser fantasma para siempre. 

-¿Qué estás diciendo? -dijo sorprendida Elisa- ¿Estás bromeando, verdad? 

- No estoy bromeando. Debes aprender a no depender tanto de mí. A abrirte con el resto de personas. No encerrarte en este mundo que, por mi culpa he creado, que no es real. 

- No me imagino una vida sin ti. -dijo preocupada Elisa, sin poder creer lo que estaba escuchando. 

- Tienes 30 años y tienes que relacionarte con alguien real, no con un eterno veinteañero. Debes hacerlo.- Le aconsejó el fantasma.

- ¿Cómo lo voy a hacer? Si te vas, volverá la mala suerte a mi vida- respondió Elisa temorosa.

- No, amiga mía. Debes creer más en ti misma. Si te pasan cosas malas, también te sucederán de buenas. Es el equilibrio del universo. No tengas miedo de mostrar quien eres. 

- ¿No vas a cambiar de opinión? -preguntó Elisa con la esperanza de que así fuera.

- No. Yéndome conseguiré que puedas volar libre. Elisa, eres capaz de todo si te lo propones. Confía en mí.

- Te voy a echar de menos -dijo Elisa con los ojos llenos de lágrimas. 

- Lo sé. Yo también- Respondió el fantasma.

Decidieron que ese día fuera perfecto. Recorrieron la ciudad juntos, rieron y brindaron con horchata en el "Tío Che". Luego fueron al Tibidabo, disfrutaron de la hermosa vista de la ciudad y Elisa se aseguró de que el cielo estuviera despejado. Finalmente, despidieron el día viendo el anochecer en la playa de la Barceloneta.

Al terminar el día, el fantasma se fue, dejando un gran vacío en el corazón de Elisa. Siempre recordaría esos años compartiendo miles de conversaciones. 

Elisa, siguió el consejo del fantasma e intentó conectarse con la gente. Con el tiempo, formó un grupo de amigos y olvidó su miedo a la mala energía. La buena energía de su amigo el fantasma, la cambió para siempre. Sin él no habría encontrado su verdadero camino en la vida. Auqnue tendría momentos difíciles, siempre encontrará la manera de disfrutar al máximo de los buenos momentos. 





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