Cerrar los ojos, imaginarme todavía allí. En donde tuve la oportunidad de observar y sentirme un gran privilegiado. ¡Qué hermoso fue! Pero al mismo tiempo pensar que pude perder la vida. Podría escribir mil palabras y no serían suficientes para expresar lo que sentí. Mi percepción del mundo cambió radicalmente y mi propia existencia se convirtió en un anhelo constante a lo que experimenté.
Era joven e
intrépido con ganas de aventurarme a nuevos desafíos. La preparación a mi nuevo
reto fue emocionante. Aprender a sobrevivir en circunstancias extremas en medio
de la selva. Solo, y con la compañía de una navaja y mí ingenio. Cualquiera
hubiera perecido a las pocas horas, yo en cambio me bastaba con dar rienda
suelta a mis neuronas para conseguir alimento y agua potable. Construir con
unas pocas ramas una estancia que me permitiera descansar y resguardarme de la
lluvia. Una semana duró todo aquello pero ya estaba pensando en el nuevo reto
que superar. Un desierto me aguardaba, esta vez tenia compañero de viaje. Pasar
de un clima tropical a un calor sofocante. No perder la calma cuando las
reservas de agua estaban a punto de agotarse. Que esa sed que sentía no me
provocará que perdiera la razón. Me dejó agotado mentalmente y físicamente pero
aun así por mi cabeza no dejaba de pensar en lo siguiente.
La preparación
fue dura. Podía pensar que en algún momento podría entrarme el miedo, que me
bloquearía y provocaría que no pudiera realizar la gran hazaña. Sentirme
afortunado por la gran oportunidad que se me había dado. Pruebas y más pruebas
que ponían mi cuerpo al límite. Pese que me dolían tanto los huesos, no podía
evitar sacar las fuerzas para seguir, mentalmente no me rendía. Esos años de
entrenamiento valieron la pena.
Nunca olvidaré el
estado de nervios, cruzando los dedos de los pies y manos para que no pasara
nada. Que todo siguiera como estaba programado. Con dos acompañantes que haría
más entretenida la experiencia. Habíamos convivido muchas horas juntos, incluso
más que las propias familias, que solo podían resignarse por la situación. Ahora
había llegado el momento de la verdadera convivencia. Compartir momentos en
unos pocos metros cuadrados. Saldrían nuestros miedos más profundos y juntos
tendríamos que superar todas las dificultades que nos fuéramos encontrando.
Acostumbrarse a
un lugar donde lo único que hacíamos era comer y descansar. Sumado a los
trabajos programados. No sabíamos cuando vendrían a relevarnos, pero hasta
entonces intentábamos que nuestra rutina no nos afectara, aunque a la larga nos
acabó afectando. Crisis que no se podían evitar. Compañeros que mentalmente
estaban agotados. Como recuerdo al pobre Charlie, que estaba harto de estar
encerrado. Una ansiedad que había de controlar. Estar confinados tanto tiempo
es normal que perdiéramos la cabeza. La situación se fue complicando cuando
comenzaron a llegar las alucinaciones. Crear la imagen en tu cabeza de alguien
que echabas de menos. Convivir como si fuera real. Tomar la decisión de que
debería descansar y salir al exterior para quitar el agobio de estar encerrado.
Quitarle el estrés acumulado. Misión casi imposible cuando donde nos
encontrábamos era muy difícil no sentirse atrapado. Resignarnos a mantener conversaciones
con nuestra familia en un monitor y que cada vez que acababan tener ganas de
abrazarlos, pero no era posible. Eso tampoco ayudaba.
Pero aún
sabiendo que pasamos malos momentos no puedo olvidar la oportunidad que nos
ofrecieron. Recuerdo cuando salí al exterior por primera vez, fue el momento más
silencioso de mi vida. Sentir la soledad como nunca la había imaginado. Mis
oídos no oían nada, era el silencio absoluto. Miraba lo que me rodeaba y no
podía evitar emocionarme. Era afortunado por estar ahí en ese momento. Era como
un sueño hecho realidad. Mi momento de paz interior que me marcó para siempre.
Han pasado muchos años, pero sigo imaginando en ese lugar mágico que me
encantaría volver.
Quien iba a
pensar que viajamos hacia la base lunar. Tanto tiempo imaginando como sería.
Ser capaz de alzar la mirada y mirar nuestro hogar la Tierra se alejaba.
Despidiéndonos de él hasta nuestro regreso. En un principio era para un par de
meses, pero se acabó convirtiendo en más de un año.
Los paseos por
la luna nos daban la oportunidad de poder recorren la superficie lunar con el
Rover. Subidos en el vehículo con los trajes espaciales que parecía que en
cualquier momento podíamos acabar por el suelo por culpa de la poca gravedad.
Lo que no me acababa de acostumbrar era no tener viento. Ni siquiera una triste
brisa para que golpeara mi rostro. Lo que realmente me emocionaba eran las
vistas. Alzar la cabeza tener el universo en nuestras manos. Ver la Tierra como
si fuera una canica gigante, poder levantar la mano y tener la sensación de que
puedes alcanzarla.
Pese a los
momentos de querer tirar la toalla. No lo cambiaría por nada. Como encontrarte
una mañana unos cuantos meteoritos que con sus impactos forman unos cráteres
nuevos. Como eché de menos la atmósfera de la Tierra. Allí seguro que se
hubieran desintegrado. Suerte que los impactos estaban lejos de nuestra base,
pero aun así no podíamos evitar sentir miedo de que en cualquier momento un
meteorito nos golpeara y nos hicieran trizas.
Ya era hora de volver a casa y que una nueva tripulación ocupara nuestro
lugar. Las ganas, de volver a ver a nuestros seres queridos era palpable en lo
emocionados que estábamos. Por fin dejaríamos de comunicarnos a través de un
monitor a 384,400 km de la Tierra.
Ahora convertido
en un anciano lleno de nostalgia. De dar gracias de poder haber ido a la luna
hermosa y recordarlo durante toda mi vida. Mirar hacia el cielo y buscar a la
esfera blanca que nos da calma y nos hace pensar que los sueños son posibles.
De tener ganas
de decirle a todo el mundo que no te subestimes. Sueña lo imposible y haz que
se haga realidad.
Yo caminé y viví
en la Luna. No dejo de pensar en poder volver y ver mis viejas huellas que
todavía seguirán allí esperándome, aunque mi pobre artritis y mi cuerpo débil
lo hace imposible seguiré soñando por las noches siendo joven y caminando por su superficie.
Escrito por Sandra Barrachina
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